Elogio de la metáfora.
Guillermo Castro H.
Cuando de una concepción se pasa a otra, el
lenguaje precedente permanece,
pero se usa metafóricamente. Todo el lenguaje
se ha convertido en una metáfora
y la historia de la semántica es también un
aspecto de la historia de la cultura:
el lenguaje es una cosa viva y al mismo tiempo
un museo de fósiles de una vida pasada.
Antonio Gramsci, Cuadernos de la Cárcel,
2 (1930 – 1932), p. 150.
Ediciones ERA, México, 1984.
Poco se dice del
desarrollo sostenible que vaya mucho más allá de la necesidad de encontrar
alguna solución duradera a los graves conflictos que hoy aquejan a las
relaciones de las sociedades humanas entre sí, con sus propios integrantes, y
con su entorno natural. Y es que, en efecto, el mayor de los desafíos que encara el
desarrollo sostenible sigue siendo de orden conceptual. En este terreno, las
Humanidades nos ayudan a comprender mejor el lugar que ocupa este desafío en el
proceso mayor que algunos han llamado “la historia natural de la especie humana”,
a partir del importante papel que desempeñan las metáforas en la formación del
conocimiento científico.
La metáfora, en efecto, posee la capacidad de
combinar simultáneamente a múltiples significados no excluyentes entre sí, como
lo hace José Martí al decir de su verso que es “como un puñal / que por el puño
echa flor” y al mismo tiempo “un surtidor / que da un agua de coral”. Esto
permite a la metáfora aludir a aquellos factores de incertidumbre que nutren
las situaciones de malestar en la cultura, facilitando así el paso de la
intuición a la certeza, y de ésta a la acción humana.
En esta tarea, la metáfora suele operar
mediante intercambios de muy diverso orden entre campos distintos de la cultura
y el conocimiento. Así, por ejemplo, la comprensión básica de nuestras
relaciones de el mundo natural se ve facilitada cuando tomamos en préstamo una
relación sociocultural para aludir a la naturaleza como una madre generosa que
trabaja para sostener a sus hijos, pero que puede también someterlos a duro castigo
si éstos abusan de ella. Y, a la inversa, la noción de desarrollo – heredera de
las de civilización y progreso, y de los fósiles correspondientes a la vida
pasada de la que surgieron - opera a partir de una apropiación metafórica, por
parte de las ciencias sociales, de un concepto proveniente de la biología, que
designa el proceso de formación, maduración y muerte de los organismos
vivientes.
La metáfora, sin embargo, alude y elude a un
tiempo el sentido más profundo de aquello que señala. Así, al atribuir a la
naturaleza en su conjunto la capacidad de trabajar que caracteriza nuestra
especie puede distorsionar nuestro conocimiento del mundo natural. Igualmente,
al excluir del desarrollo como categoría social y económica la muerte del
organismo que se desarrolla, puede llevarnos a atribuir un carácter natural a
hechos que en realidad corresponden a creaciones culturales, limitando la
posibilidad de comprender las contradicciones que los animan. De igual modo, el desarrollo sostenible alude al agotamiento de aquella visión del
mundo que, entre las década de 1950 y 1970, sintetizó en el desarrollo (sin
adjetivos) la esperanza de que el progreso técnico y sus frutos llegaran a toda
la Humanidad, de modo que el crecimiento económico sostenido garantizara bienestar
social y participación política crecientes para todos, pero elude al mismo
tiempo referir ese concepto particular a las condiciones históricas específicas que le dieron forma.
En verdad, el desarrollo del que se trata es el de nuestra especie a lo
largo de los últimos cien mil años en su doble y
simultánea dimensión biológica y sociocultural. Sus problemas incluyen, por supuesto,
aquellos que se derivan de las condiciones creadas por ese proceso en el curso
de los últimos cinco siglos – y del XX en particular –, desde el extraordinario
crecimiento de nuestro número hasta la formación de una primera comunidad
mundial de los humanos, el despliegue de formas de intervención en la
naturaleza y de niveles de producción material y contaminación sin precedentes,
y el hecho de que las formas de relación social y de organización de la cultura que hicieron posible todo esto han venido a entrar en
contradicción creciente con las necesidades que se derivan de esos resultados.
Lo ilegítimo aquí -
esto es, lo eludido en la metáfora - consiste en confundir ese proceso general
con cualquiera de las formas históricas puntuales que han contribuido a su
despliegue, o han terminado por distorsionarlo y aun bloquearlo. Visto así,
todo apunta al problema político de decidir si aún cabe subordinar el
desarrollo humano a la preservación de una forma histórica de organización de
las relaciones sociales que ya conspira incluso contra sus bases naturales de
sustentación, o si por el contrario ha llegado la hora de encarar de la manera
más decidida la construcción de aquellas formas nuevas de socialidad que mejor
se correspondan con el pleno aprovechamiento de las enormes conquistas que ha
logrado nuestra especie en materia de ciencia y tecnología.
Asumir esta
disyuntiva obliga a trascender la metáfora del desarrollo sostenible, para
pasar del problema sin solución de hacer sostenible una forma histórica
particular del desarrollo humano, a encarar la necesidad de encontrar y
construir las formas nuevas que hagan sostenible ese desarrollo en el futuro.
Hoy, en suma, ya resulta evidente que nuestro desarrollo será sostenible por lo
humano que sea, o no será, y que ese carácter tiene y tendrá su expresión más
clara en nuestras capacidades para la cooperación solidaria. Haber llegado a
esta disyuntiva constituye quizás el mayor de nuestros logros como especie. La
forma en que la encaremos definirá no solo nuestro destino, sino además el del
Planeta en que ha tenido lugar nuestra existencia.
Panamá, 21-25 de julio de 2004
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