Nota sobre historia ambiental y desarrollo sostenible
Guillermo Castro H.
Centro Internacional de Desarrollo
Sostenible
Ciudad del Saber, Panamá
A Patricia Clare, en Costa Rica
El desarrollo de la historia ambiental,
como ocurre en todo campo de conocimiento en formación, se nutre de un constante debate
sobre su contenido, sus propósitos y sus métodos. En este debate, por ejemplo,
ha tenido especial fortuna la definición propuesta por Elinor Melville, que
concibe a la historia ambiental como el estudio de las interacciones entre los
sistemas sociales y los sistemas naturales. En él, también, ocupa un importante
papel la atención a los vínculos entre la historia ambiental y la historia
ecológica, y entre ambas y la historia natural, una categoría más antigua, con
clara referencia al mundo que produjo figuras de la talla de Linneo y Humboldt,
y abrió el camino que eventualmente recorrería Darwin para proponer un lugar
para la especie humana en la historia de la naturaleza.
Así, en
su forma más sencilla, el concepto de historia natural hace referencia en
nuestra cultura a la historia de las especies, como el de historia ecológica lo
hace a la formación y las transformaciones de los ecosistemas. En ambos casos,
la historia de que se trate puede incluir a la especie humana, o no hacerlo, si
los problemas y períodos sometidos a estudio son anteriores a la formación de
nuestros antecesores directos. Ese no es, sin embargo, el caso de la historia
ambiental.
Si nos
atenemos a la definición propuesta por Elinor Melville, y encaramos a un tiempo
el estudio de las interacciones entre los sistemas sociales y los sistemas
naturales y el de las consecuencias de esas interacciones para ambas partes a
lo largo del tiempo nos encontraremos, de hecho, ante la historia natural de la
especie humana o, si se quiere, ante la historia ecológica de la sociedad como
nicho específico de la especie humana. Con ello, la historia ambiental vendría
a ser una nueva Historia general de la Humanidad, con tiempos y espacios
correspondientes a la vastedad de su objeto.
En esa
historia, el proceso clave sería el de
la producción de su propio nicho por nuestra especie, mediante la
transformación de los elementos naturales en recursos a través del trabajo
socialmente organizado
. Esas formas de organización social de la producción
guardan a su vez relaciones contradictorias con las tecnologías que utilizan
para intervenir en los ecosistemas. Algunas formas de organización del trabajo,
como la esclavitud, tienden a inhibir el desarrollo de esas tecnologías,
mientras que otras – como el trabajo asalariado – tienden a estimular ese
desarrollo. No en balde dijo alguien que nunca se había inventado nada para que
la gente trabajara menos, porque todo invento tenía el propósito de que los
trabajadores produjeran más.
Esas
contradicciones internas de los sistemas sociales determinan en una importante
medida sus relaciones con los sistemas naturales, las cuales contribuyen a su
vez a impulsar la transformación de las relaciones sociales. Así ocurre, por ejemplo,
en el caso de los conflictos que genera el choque de intereses entre
grupos sociales que aspiran a hacer usos excluyentes de un mismo conjunto de
ecosistemas, sea a la escala de sociedades específicas, sea a la del sistema
mundial. De estos procesos de tan singular complejidad resultan,
finalmente, tanto los paisajes que característicos del ambiente creado por cada
sociedad en cada etapa de su desarrollo, como las formas de valoración cultural
y de gestión social de esos paisajes. Baste ver, por ejemplo, el contraste
entre la valoración del bosque tropical húmedo por parte de la oligarquía
ganadera o de las corporaciones transnacionales vinculadas a la agricultura de
plantación en Mesoamérica, y el de las comunidades indígenas y campesinas
vinculadas a tradiciones de agrosilvicultura, y las formas en que la
legislación y la práctica política tienden a promover u obstaculizar los
intereses de cada una de esas partes enfrentadas.
Este tipo de conflicto, por otra
parte, subyace a los conceptos que de una u otra manera han procurado legitimar
en el imaginario colectivo la solución de esos conflictos en términos
correspondientes a los intereses de los grupos dominantes en cada sociedad. Ese
carácter legitimador, por otra parte, incluye siempre una referencia des
legitimadora a aquellos factores que ofrecen resistencia al tipo de cambio que
esos intereses demandan. Así, por ejemplo, del siglo XVIII a nuestros días tres
formas de ese imaginario colectivo han tenido un destacado papel en la
formación y las transformaciones del moderno sistema mundial.
La primera contrapuso la
civilización a la barbarie, entre 1750 y 1850. A ella debe nuestra cultura uno
de sus textos más vigorosos, el Facundo.
Civilización y Barbarie, del argentino Domingo Faustino Sarmiento, publicado
en Santiago de Chile en 1845, apenas tres años antes de que Marx y Engels
publicaran en Londres su Manifiesto
Comunista. De mediados del siglo XIX hasta la década de 1950, pasó a
predominar entre nosotros la dicotomía progreso – atraso, que tuvo en Herbert
Spencer uno de sus promotores más y mejor conocido en la América Latina del
Estado Liberal Oligárquico, como en la crítica a ese Estado por parte de
autores como José Martí, que en 1889 – en un discurso a los delegados de los
gobiernos latinoamericanos a una Conferencia Internacional Americana convocada
por los Estados Unidos – planteó que “ nuestra América de hoy, heroica y
trabajadora a la vez, y franca y vigilante, con
Bolívar de un brazo y Herbert Spencer del otro; una América sin suspicacias
pueriles, ni confianzas cándidas, que convida sin miedo a la fortuna de su
hogar a las razas todas […]”[1]
Para la
década de 1950, por último, el mito fundamental del imaginario colectivo pasó a
expresarse en la dicotomía desarrollo – subdesarrollo, a partir de una metáfora
importada al campo de las ciencias sociales desde el de las ciencias naturales.
En su medio de origen, en efecto, el concepto de desarrollo expresa el proceso
de formación, maduración y muerte de un organismo, en interdependencia con sus semejantes
y las demás especies de su ecosistema. Su apropiación por las ciencias sociales
excluyó este último componente, y generalizó además una forma específica de
desarrollo – la de las sociedades capitalistas maduras, que hegemonizan el
moderno sistema mundial – a todas las sociedades que forman parte de ese
sistema.
Esto
incluyó relegar a un segundo plano, en el mejor de los casos, las relaciones de
interdependencia asimétrica entre las sociedades que integran dicho sistema – y
que se expresan en lo ambiental, por ejemplo, a través de conceptos como el de
huella ecológica -, para optar en cambio por la búsqueda de definiciones y
soluciones para el desarrollo utilizando como unidad fundamental de análisis el
Estado – nación y, en las formas más complejas de planteamiento del tema –
sobre todo desde América Latina - las relaciones de intercambio desigual entre
economías nacionales. Por esta vía, el planteamiento del desarrollo progresó
desde su definición más sencilla como “el progreso técnico y sus frutos”,
utilizada por Raúl Prebisch a principios de la década de 1950, hasta la más
rica y compleja que, en 1980, lo concebía como
[…] un proceso de transformación de la sociedad
caracterizado por una expansión de su capacidad productiva, la
elevación de los promedios de
productividad por trabajador y de ingresos por persona, cambios en la estructura de clases y grupos y en la organización
social, transformaciones culturales y
de valores, y cambios en las
estructuras políticas y de poder, todo lo
cual conduce a una elevación de los
niveles medios de vida.[2]
Esta definición tiene otro mérito: ella
forma parte de un primer y formidable esfuerzo latinoamericano por poner en
relación los vínculos entre el desarrollo así concebido y los sistemas
naturales de América Latina, siete años antes de que fuera presentado el Informe
Brundland, y doce antes de la Cumbre Mundial sobre Ambiente y Desarrollo
celebrada en Rio de Janeiro en 1992. En efecto, los dos tomos de Estilos de
Desarrollo y Medio Ambiente en América Latina sintetizan un estado de
conocimiento y reflexión sobre el tema que hoy podría resultar sorprendente
para quien no conozca al menos en líneas generales la historia ambiental
latinoamericana, que tiene allí uno de sus textos fundadores: las “Notas sobre
la historia ecológica de América Latina”, de Nicolo Gligo y Jorge Morello.
Lo que aquí nos importa, en todo
caso, es que de entonces acá el mito del desarrollo ha venido a des-integrarse
en múltiples direcciones. Hoy, sobrevive sobre todo – en forma por demás
vergonzante, si lo juzgamos en el marco de la retórica de las relaciones
internacionales – en su versión de desarrollo sostenible, que en lo más usual
puede ser definido como la vieja
Teoría del Desarrollo con las preocupaciones
ambientales necesarias para garantizar la sostenibilidad de la sociedad que le
dio origen. Y, sin embargo, si observamos este fenómeno cultural desde la
perspectiva de la historia ambiental, podremos comprobar una vez más el viejo
adagio que nos dice que lo falso no se define como lo opuesto a lo cierto, sino
como el resultado de la exageración unilateral de uno de los aspectos de la
verdad.
En
este sentido, el concepto de desarrollo sostenible no designa una solución
capaz de legitimar las formas dominantes de relación entre nuestra especie y su
entorno, sino un problema: el de la incapacidad del mito del desarrollo para
dar cuenta de la crisis en que han venido a desembocar esas relaciones. De este
modo, se hace evidente que tras la discusión sobre el desarrollo sostenible
subyace en realidad el problema de forjar y legitimar las nuevas formas de gestión de las relaciones entre sistemas
naturales y sociales que demanda la supervivencia de la especie humana ante la
crisis de sus relaciones con el mundo natural en que ha venido a desembocar el
desarrollo del moderno sistema mundial. De su capacidad para contribuir a la
solución de este problema decisivo dependerá que la historia ambiental se
constituya en la gran conquista cultural que puede llegar a ser, o permanezca
como la mera crónica del desastre que bien puede conducirnos a nuestra
extinción.
Panamá, 28 de octubre
de 2007
[1] Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. Tomo
VI, 138 - 139: “Discurso pronunciado en la velada artístico – literaria de la
Sociedad Literaria Hispanoamericana, el 19 de diciembre de 1889, a la que
asistieron los delegados a la Conferencia Internacional Americana”. Cursiva:
gch
[2] Sunkel,
Osvaldo: “Introducción. La interacción entre los estilos de desarrollo y el
medio ambiente en la América Latina”. Estilos
de Desarrollo y Medio Ambiente en la América Latina. El Trimestre
Económico, número 36, 2 tomos. Fondo de Cultura Económica, México, 1980.
Selección de Osvaldo Sunkel y Nicolo Gligo. Cursiva: gch. Hemos
destacado en negrita aquellos componentes
de la definición que resaltan su carácter dinámico, expansivo y sobre todo,
sistémico.
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