martes, 13 de noviembre de 2012

Naturaleza, trabajo, historia.


Naturaleza, trabajo, historia.
Nota sobre la historia ambiental como historia natural de la especie humana
Guillermo Castro H.

La historia ambiental se ocupa de las relaciones entre nuestra especie y su(s) entorno(s) a lo largo del tiempo, incluyendo en ello, por supuesto, las consecuencias de esas relaciones para cada una de las partes involucradas. El mérito mérito principal de esta definición, como sabemos, corresponde a Elinor Melville. Desde ella, interesa resaltar aquí que esas relaciones operan a partir de procesos de trabajo socialmente organizados y que, por ello, el trabajo – en cuanto acción racional con arreglo a fines, que demanda procesos de cooperación entre múltiples individuos – constituye el factor fundamental que nos define como especie en nuestra relación con la naturaleza de la que somos parte.
Somos, en efecto, la única especie que trabaja en el sentido indicado, y el ambiente es uno de los productos de ese trabajo en lo que hace a sus efectos sobre la naturaleza en la que habitamos, y de la cual vivimos. Esta idea ha sido expresada de múltiples maneras a lo largo del desarrollo de la civilización que hoy está en crisis. Vladimir Vernadsky y Teilhard de Chardin, por ejemplo, la elaboraron en el plano teórico en la década de 1920, al vincular entre sí los conceptos de biosfera y noosfera (que, en el caso del jesuita Teilhard, fue ampliado incluso en dirección al de Cristosfera como culminación del proceso de encuentro entre las criaturas y su creador).
Así, el objeto de estudio de la historia ambiental es un producto de nuestra especie, obtenido mediante el trabajo, entendido – por ejemplo - como “un proceso entre la naturaleza y el hombre, proceso en que éste realiza, regula y controla mediante su propia acción su intercambio de materias con la naturaleza”, al decir de Carlos Marx en 1867, en el segmento que dedica a esa forma peculiar de la actividad humana en el Tomo I de El Capital.[1] Ese proceso, añade Marx, “es la actividad racional encaminada a la producción de valores de uso, la asimilación de las materias naturales al servicio de las necesidades humanas, la condición general del intercambio de materias entre la naturaleza y el hombre, la condición natural eterna de la vida humana, y por tanto, independiente de las formas y modalidades de esta vida y común a todas las formas sociales por igual.”[2] Para agregar enseguida que lo que distingue “a las épocas económicas unas de otras no es lo que se hace, sino el cómo se hace”.[3]
Vista así, la historia ambiental es la historia, precisamente en cuanto es la historia natural de nuestra especie. Como tal, necesita apropiarse de todo el legado cultural anterior y someterlo a crítica en la perspectiva que demanda al problema mayor de nuestro tiempo, que es el de sobrevivir como especie al tipo de ambiente global que como especie hemos creado – sobre todo a lo largo de los últimos dos siglos de nuestros cien mil años de existencia y desarrollo.  Y esto no sólo un sentido físico, sino y sobre todo enfrentando la generalización de las formas más bárbaras de organización de nuestra convivencia, que retornan a la vida diaria de millones de seres humanos en todos los rincones de una biosfera a la que hemos llevado al límite de sus capacidades para sostenerse, y sostenernos.
Allí está, en lo más abstracto, una de las claves del problema del problema más concreto a cuya solución debe contribuir la historia ambiental: el de caracterizar, en su origen como en sus consecuencias, los fines a los que responde la racionalidad de nuestras acciones de relacionamiento con el entorno que nos sostiene, que ha venido a ser (¿no lo fue siempre?) el planeta entero. Y si esto nos lleva una vez más a entender que si el ambiente es el producto de la intervención de nuestras sociedades en su entorno natural, la necesidad de un crear un ambiente distinto nos llevará una y otra vez a la de establecer una sociedad diferente, bienvenido sea. Aquí, como nunca antes, la crítica ha de ser el ejercicio del criterio, si es que aspira a ser fecunda.

Panamá, 13 de noviembre de 2012




[1] Y agrega: “En este proceso, el hombre se enfrenta como un poder natural con la materia prima de la naturaleza. Pone en acción las fuerzas naturales que forman su corporeidad, los brazos y las piernas, la cabeza y la mano, para de ese modo asimilarse, bajo una forma útil para su propia vida, las materias que la naturaleza le brinda. Y a la par que de ese modo actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transforma, transforma su propia naturaleza, desarrollando las potencias que dormitan en él y sometiendo el juego de sus fuerzas a su propia disciplina.”
Todas las citas corresponden a Marx, Carlos: El Capital. Crítica de la economía política. Traducción de Wenceslao Roces. Fondo de Cultura Económica, México, 2010. Tres tomos. Sección Tercera. La producción de la plusvalía absoluta. Capítulo V. Proceso de trabajo y proceso de valorización. Tomo I (1867). P. 130.

[2] Ibid., 136.  En esta perspectiva, dice, “Los animales y las plantas que solemos considerar como productos naturales, no son solamente productos del año anterior, supongamos, sino que son, bajo su forma actual, el fruto de un proceso de transformación desarrollado a lo largo de las generaciones, controlado por le hombre y encauzado por el trabajo humano.”

[3] Ibid., 132. Y añade: “Los instrumentos de trabajo no son solamente el barómetro indicador del desarrollo de la fuerza de trabajo del hombre, sino también el exponente de las condiciones sociales en que se trabaja.”

lunes, 12 de noviembre de 2012

Naturaleza, trabajo, historia. Nota a mis colegas de la SOLCHA



Naturaleza, trabajo, historia.
Nota a mis colegas de la Sociedad Latinoamericana y Caribeña de Historia Ambiental.

Panamá, 11 de noviembre de 2012.

Colegas:
Como saben, he sostenido a lo largo del tiempo la necesidad de encarar a la historia ambiental como la de las relaciones entre nuestra especie y su(s) entorno(s) a lo largo del tiempo, incluyendo en ello, por supuesto, las consecuencias de esas relaciones para cada una de las partes involucradas. La idea básica no es mía, ciertamente. Fue Elinor Melville, hasta donde recuerdo, quien abordó nuestro campo desde esa perspectiva, definiéndolo como el estudio de la historia las interacciones entre los sistemas naturales y los sistemas sociales, en el sentido indicado.
Aquello en lo he intentado hacer énfasis consiste en que esas interacciones ocurren a partir del procesos de trabajo socialmente organizados y que, por lo mismo, el trabajo – en el sentido de acción racional con arreglo a fines, que demanda procesos de cooperación entre múltiples individuos – constituye, desde el punto de vista histórico, el factor realmente fundamental de esta relación. Somos, en efecto, la única especie que trabaja, en el sentido indicado, y el ambiente es justamente el producto de ese trabajo en lo que hace a sus efectos sobre la naturaleza en la que habitamos, y de la cual vivimos.
Esta idea tampoco es original (¿hay alguna que realmente lo sea?). Vladimir Vernadsky y Teilhard de Chardin la elaboraron en el plano teórico ya en la década de 1920, al vincular entre sí los conceptos de biosfera y noosfera (que, en el caso del jesuíta Teilhard, fue ampliado incluso en dirección al de Cristosfera como culminación del proceso de encuentro entre las criaturas y su creador). Lo esencial en todo caso es que nuestro objeto de estudio es un producto de nuestra especie, obtenido mediante el trabajo, entendido justamente como “un proceso entre la naturaleza y el hombre, proceso en que éste realiza, regula y controla mediante su propia acción su intercambio de materias con la naturaleza”, al decir de Carlos Marx en el segmento que dedica a esa forma peculiar de la actividad humana en el Tomo I de El Capital.
Hoy quisiera invitar a la discusión del planteamiento que hiciera Marx del tema ya en 1867. Con ese propósito, me permito compartir con ustedes mis notas de lectura de aquel acápite, en ese texto. Estoy convencido de que la historia ambiental es la historia. Como tal, está en la necesidad de apropiarse de todo el legado cultural anterior y someterlo a crítica en la perspectiva que demanda al problema mayor de nuestro tiempo, que es el de sobrevivir como especie al tipo de ambiente global que como especie hemos creado – sobre todo a lo largo de los últimos dos siglos de nuestros cien mil años de existencia y desarrollo.
Sobrevivir, en este caso, no tiene tan sólo un sentido físico. Además, implica evitar la generalización de las formas más bárbaras y brutales de organización de nuestra convivencia, que retornan a la vida diaria de millones de seres humanos en los más diversos rincones de una biosfera a la que hemos llevado al límite de sus capacidades para sostenerse, y sostenernos.
“Lo que distingue a las épocas económicas unas de otras”, plantea Marx en estas notas, “no es lo que se hace, sino el cómo se hace”. Allí está, en lo más abstracto, una de las claves del problema a cuya solución aspiramos a contribuir: el de los fines a los que responde la racionalidad de nuestras acciones de relacionamiento con el entorno que nos sostiene, que ha venido a ser (¿no lo fue siempre?) el planeta entero. Que es como decir, una vez más, que si el ambiente es el producto de la intervención de nuestras sociedades en su entorno natural, la necesidad de un crear un ambiente distinto nos llevará una y otra vez a la de establecer una sociedad diferente.
Y me despido, con un saludo cordial desde este rincón del neotrópico,
Guillermo Castro H.

Marx, Carlos: El Capital. Crítica de la economía política. Traducción de Wenceslao Roces. Fondo de Cultura Económica, México, 2010. Tres tomos.

Sección Tercera. La producción de la plusvalía absoluta. Capítulo V. Proceso de trabajo y proceso de valorización. Tomo I (1867).

1.El proceso de trabajo

Trabajo
“El trabajo es, en primer término, un proceso entre la naturaleza y el hombre, proceso en que éste realiza, regula y controla mediante su propia acción su intercambio de materias con la naturaleza. En este proceso, el hombre se enfrenta como un poder natural con la materia prima de la naturaleza. Pone en acción las fuerzas naturales que forman su corporeidad, los brazos y las piernas, la cabeza y la mano, para de ese modo asimilarse, bajo una forma útil para su propia vida, las materias que la naturaleza le brinda. Y a la par que de ese modo actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transforma, transforma su propia naturaleza, desarrollando las potencias que dormitan en él y sometiendo el juego de sus fuerzas a su propia disciplina.” / 130

El trabajo como acción racional con arreglo a fines
“Detrás de la fase en que el obrero se presenta en el mercado de mercancías como vendedor de su propia fuerza de trabajo, aparece, en un fondo prehistórico, la fase en que el trabajo humano no se ha desprendido aún de su primera forma instintiva. Aquí, partimos del supuesto del trabajo plasmado ya bajo una forma que le pertenece exclusivamente al hombre. Una araña ejecuta operaciones que asemejan a las manipulaciones del tejedor, y la construcción de los panales de las abejas podría avergonzar, por su perfección, a más de un maestro de obras. Pero, hay algo en que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la construcción, la proyecta en su propio cerebro. Al final del proceso de trabajo, brota un resultado que antes de comenzar el proceso existía ya en la mente del obrero; es decir, un resultado que tenía ya existencia ideal. El obrero no se limita a cambiar de forma la materia que le brinda la naturaleza, sino que, al mismo tiempo, realiza en ella su fin, fin que él sabe que rige como una ley las modalidades de su actuación y al que tiene necesariamente que supeditar su voluntad. Y esta supeditación no constituye un acto aislado. Mientras permanezca trabajando, además de esforzar los órganos que trabajan, el obrero ha de aportar esa voluntad consciente del fin a que llamamos atención, atención que deberá ser tanto más reconcentrada cuanto menos atractivo sea el trabajo, por su carácter o por su ejecución, para quien lo realiza, es decir, cuanto menos disfrute de él el obrero como de un juego de sus fuerzas físicas y espirituales.” / 130 – 131

Factores del proceso de trabajo
Los factores simples que intervienen en el proceso de trabajo son: la actividad adecuada a un fin, o sea, el propio trabajo, su objeto y sus medios.” / 131

Objeto de trabajo
“El hombre se encuentra, sin que él intervenga para nada en ello, con la tierra (concepto que incluye también, económicamente, el del agua) […], como el objeto general sobre el que versa el trabajo humano. Todas aquellas cosas que el trabajo no hace más que desprender de su contacto directo con la tierra son objetos de trabajo que la naturaleza brinda al hombre.” /131

Materia prima
“[…] cuando el objeto sobre que versa el trabajo ha sido ya […] filtrado por un trabajo anterior, lo llamamos materia prima. Es el caso, por ejemplo, del cobre ya arrancado del filón para ser lavado. Toda materia prima es objeto de trabajo, pero no todo objeto de trabajo es materia prima. Para ello es necesario que haya experimentado, por medio del trabajo, una cierta transformación.” / 131

Medio de trabajo
El medio de trabajo es aquel objeto o conjunto de objetos que el obrero interpone entre él y el objeto que trabaja y que le sirve para encauzar su actividad sobre este objeto. El hombre se sirve de las cualidades mecánicas, físicas y químicas de las cosas para utilizarlas, conforme al fin perseguido, como instrumentos de actuación sobre otras cosas. El objeto que el obrero empuña directamente […] no es el objeto sobre el que trabaja, sino el instrumento de trabajo. De este modo, los productos de la naturaleza se convierten directamente en órganos de la actividad del obrero, órganos que él incorpora a sus propios órganos corporales, prolongando así, a pesar de la Biblia, su estatura natural. La tierra es su despensa primitiva y es, al mismo tiempo, su primitivo arsenal de medios de trabajo”. / 131 – 132

Herramientas, instrumentos
“Tan pronto como el proceso de trabajo se desarrolla un poco, reclama instrumentos de trabajo fabricados. En las cuevas humanas más antiguas se descubren instrumentos y armas de piedra. Y en los orígenes de la historia humana, los animales domesticados, es decir, adaptados, transformados ya por el trabajo, desempeñan un papel primordial como instrumentos de trabajo, al lado de la piedra y la madera talladas, los huesos y las conchas. El uso y la fabricación de medios de trabajo de trabajo, aunque en germen se presenten ya en ciertas especies, caracterizan el proceso de trabajo específicamente humano, razón por la cual Franklin define al hombre como “a toolmaking animal”, o sea, como un animal que fabrica instrumentos. Y así como la estructura y armazón de los restos de huesos tienen una gran importancia para reconstituir la organización de especies animales desaparecidas, los vestigios de instrumentos de trabajo nos sirven para apreciar antiguas formaciones económicas de la sociedad ya sepultadas.” / 132

Modo de producir, modo de producción
Lo que distingue a las épocas económicas unas de otras no es lo que se hace, sino el cómo se hace. Los instrumentos de trabajo no son solamente el barómetro indicador del desarrollo de la fuerza de trabajo del hombre, sino también el exponente de las condiciones sociales en que se trabaja. Y, dentro de la categoría de los instrumentos de trabajo, los instrumentos mecánicos, cuyo conjunto forma lo que podríamos llamar el sistema óseo y muscular de la producción, acusan las características esenciales de una época social de la producción de un modo mucho más definido que esos instrumentos cuya función se limita a servir de receptáculos de los objetos de trabajo y a los que en conjunto podríamos designar, de un modo muy genérico, como el sistema vascular de la producción […].” / 132


Condiciones materiales de producción
Entre los objetos que sirven de medios para el proceso de trabajo cuéntanse […] todas aquellas condiciones materiales que han de concurrir para que el proceso de trabajo se efectúe. Trátase de condiciones que no se identifican directamente con dicho proceso, pero sin las cuales éste no podría ejecutarse, o sólo podría ejecutarse de un modo imperfecto. Y aquí, volvemos a encontrarnos, como medio general de trabajo de esta especie, con la tierra misma, que es la que brinda al obrero el locus standi y a su actividad el campo de acción […]. Otros medios de trabajo de este género, pero debidos ya al trabajo del hombre, son, por ejemplo, los locales en que se trabaja, los canales, las calles, etc.” / 133

Trabajo, producción, producto
“[…] en el proceso de trabajo la actividad del hombre consigue, valiéndose del instrumento correspondiente, transformar el objeto sobre el que versa el trabajo con arreglo al fin perseguido. Este proceso desemboca y se extingue en el producto. Su producto es un valor de uso, una materia dispuesta por la naturaleza y adaptada a las necesidades humanas mediante un cambio de forma. El trabajo se compenetra y confunde con su objeto. Se materializa en el objeto, al paso que éste se elabora. Y lo que en el trabajador era dinamismo, es ahora en el producto, plasmado en lo que es, quietud. El obrero es el tejedor, y el producto el tejido.” / 133

Trabajo productivo
“Si analizamos todo este proceso desde el punto de vista de su resultado, del producto, vemos que ambos factores, los medios de trabajo y el objeto sobre el que éste recae, son los medios de producción y el trabajo un trabajo productivo.” / 133

Producto, producción, trabajo
“Para engendrar un valor de uso como producto, el proceso de trabajo absorbe, en concepto de medios de producción, otros valores de uso, producto a su vez de procesos de trabajo anteriores. Y el mismo valor de uso que forma el producto de este trabajo, constituye el medio de producción de aquel. Es decir, que los productos no son solamente el resultado, sino que son, al mismo tiempo, la condición del proceso de trabajo.” / 133

Producción, producto, materias primas [historia ambiental]
“Excepción hecha de la industria extractiva, aquella a la que la naturaleza brinda el objeto sobre que trabaja, v. gr. la minería, la caza, la pesca, etc. (la agricultura sólo entra en esta categoría cuando se trata de la roturación y cultivo de tierras vírgenes), todas las ramas industriales recaen sobre objetos que tienen el carácter de materias primas, es decir, sobre materiales ya filtrados por un trabajo anterior, sobre objetos que son ya, a su vez, productos del trabajo. Tal ocurre, por ejemplo, con la simiente, en la agricultura. Los animales y las plantas que solemos considerar como productos naturales, no son solamente productos del año anterior, supongamos, sino que son, bajo su forma actual, el fruto de un proceso de transformación desarrollado a lo largo de las generaciones, controlado por le hombre y encauzado por el trabajo humano. Por lo que se refiere a los instrumentos de trabajo, la inmensa mayoría de éstos muestran aún a la mirada superficial las huellas de un trabajo anterior.” / 133 – 134



Valor de uso y proceso de trabajo
“[…] el que un valor de uso represente el papel de materia prima, medio de trabajo o producto, depende única y exclusivamente de las funciones concretas que ese valor de uso desempeña en el proceso de trabajo, del lugar que en él ocupa; al cambiar este lugar, cambian su destino y su función.” / 135

Calidad
“En el producto bien elaborado se borran las huellas del trabajo anterior al que debe sus cualidades útiles.” / 135

Producto y producción, proceso
“Una máquina que no presta servicio en el proceso de trabajo es una máquina inútil. Y no sólo es inútil, sino que además cae bajo la acción destructora del intercambio natural de materias. El hierro se oxida, la madera se pudre. La hebra no tejida o devanada es algodón echado a perder. El trabajo vivo tiene que hacerse cargo de estas cosas, resucitarlas de entre los muertos, convertirlas en valores de uso potenciales en valores de uso reales y activos. Lamidos por el fuego del trabajo, devorados por éste como cuerpos suyos, fecundados en el proceso de trabajo con arreglos a sus funciones profesionales y a su destino, estos valores de uso son absorbidos de un modo provechoso y racional, como elementos de creación de nuevos valores de uso, de nuevos productos, aptos para ser absorbidos a su vez como medios de vida por el consumo individual o por otro nuevo proceso de trabajo, si se trata de medios de producción. / Por tanto, los productos existentes no son solamente resultados del proceso de trabajo, sino también condiciones de existencia de este; además, su incorporación al proceso de trabajo, es decir, su contacto con el trabajo vivo es el único medio de conservar y realizar como valores de uso estos productos de un trabajo anterior.” / 135

Consumo productivo, consumo individual
“El trabajo devora sus elementos naturales, su objeto y sus instrumentos, se alimenta de ellos; es, por tanto, su proceso de consumo. Este consumo productivo se distingue del consumo individual en que éste devora los productos como medios de vida del ser viviente, mientras que aquél los absorbe como medios de vida del trabajo, de la fuerza de trabajo del individuo, puesta en acción. El producto del consumo individual, es, por tanto, el consumidor mismo; el fruto del consumo productivo es un producto distinto del consumidor.” / 135-136

Proceso de trabajo, producto, naturaleza
“En todos aquellos casos en que recae sobre productos y se ejecuta por medio de ellos, el trabajo devora productos para crear productos, o desgasta productos como medios de producción de otros nuevos. Pero, si en un principio el proceso de trabajo se entablaba solamente entre el hombre y la tierra, es decir, entre el hombre y algo que existía sin su cooperación, hoy intervienen todavía en él medios de producción creados directamente por la naturaleza y que no presentan la menor huella de trabajo humano.” / 136

Trabajo, proceso de trabajo, sociedad
El proceso de trabajo, tal como lo hemos estudiado, fijándonos solamente en sus elementos simples y abstractos, es la actividad racional encaminada a la producción de valores de uso, la asimilación de las materias naturales al servicio de las necesidades humanas, la condición general del intercambio de materias entre la naturaleza y el hombre, la condición natural eterna de la vida humana, y por tanto, independiente de las formas y modalidades de esta vida y común a todas las formas sociales por igual. Por eso, para exponerla, no hemos tenido necesidad de presentar al trabajador en su relación con otros. Nos bastaba con presentar al hombre y su trabajo de una parte, y de otra la naturaleza y sus materias. Del mismo modo que el sabor del pan no nos dice quién ha cultivado el trigo, este proceso no nos revela tampoco las condiciones bajo las cuales se ejecutó, no nos descubre si se ha desarrollado bajo el látigo brutal del capataz de esclavos o bajo la mirada medrosa del capitalista, si ha sido Cincinato quien lo ha ejecutado, labrando su par de jugera, o ha sido el salvaje que derriba a una bestia de una pedrada.” / 136

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jueves, 1 de noviembre de 2012

Rodrigo con nosotros



Rodrigo con nosotros.
Guillermo Castro H.
Intervención en la mesa redonda organizada por el Instituto de Investigaciones Científicas Avanzadas y Servicios de Alta Tecnología, en la Ciudad del Saber, para debatir el libro Analfabetismo Ecológico. El conocimiento en tiempos de crisis, del científico y ambientalista panameño Rodrigo Tarté (1936 – 2012).

Para los colaboradores científicos de INDICASAT,
en la Ciudad del Saber.

Es justo y necesario - y grato, por lo mismo – que los colaboradores científicos de este Instituto hayan convocado a la discusión del último libro de Rodrigo Tarté, que no en balde lleva por título Analfabetismo Ecológico. El conocimiento en tiempos de crisis. Lamed Mendoza y Luis De León, que me han precedido en el uso de la palabra, han presentado aquí comentarios muy valiosos sobre la estructura y el alcance de lo planteado por Rodrigo. Apoyándome en lo que han dicho, yo quisiera referirme más bien a la circunstancia y el significado de su aporte al ambientalismo en Panamá.
Al respecto, empezaría por decir que este libro tiene el mérito indudable de haber llevado hasta su límite más extremo las posibilidades explicativas de una perspectiva analítica de la crisis ambiental global sustentada en las ciencias naturales, y de haberlo hecho manteniendo esa perspectiva abierta al dialogo con otros campos del saber. Y ese mérito resalta aún más si se lo considera tanto en las posibilidades que abre para una participación aún más productiva de la comunidad científica en la forja de una cultura y una práctica nuevas en el movimiento ambientalista, como en lo que implicó de lucha tenaz contra la tendencia a la especialización y el aislamiento, tan comunes en la formación científica que recibió el autor.
Tres factores al menos contribuyeron a forjar este logro. Uno fue, sin duda, el legado de la militancia social y política de Rodrigo en su juventud, en lucha siempre contra las manifestaciones más tempranas de muchos de los problemas que hoy se exacerban en nuestra sociedad. Otro fue su labor al frente del Instituto de Investigaciones Agropecuarias de Panamá, del Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza, de la Fundación Natura, de la Dirección Académica de la Fundación Ciudad del Saber, y del Centro Internacional de Desarrollo Sostenible de la Ciudad del Saber, que supo ejercer siempre en contacto cercano con los problemas concretos de la gestión de la producción de ambientes concretos en circunstancias concretas. Y otro, quizás de una importancia que no alcanzamos a comprender en todo su alcance, fue su ejercicio constante, casi renacentista, de su curiosidad científica y de su vocación artística. Porque Rodrigo, en efecto, tuvo más de Galileo Galilei que de Louis Pasteur.
El límite al que arriba el libro en su planteamiento de la crisis global, por otra parte, no deriva ni de su fundamentación en las ciencias naturales, ni de las carencias que pueda tenido la formación de Rodrigo en el campo de las Humanidades y las ciencias sociales. Ese límite emerge más del marco de referencia histórico y filosófico que sustenta el conjunto de una reflexión tan bien documentada como fecunda. Me refiero aquí, por supuesto, a la geocultura liberal dominante en el sistema mundial entre 1850 y 1950, en la cual tuvo lugar la formación profesional y cultural del autor.
En este sentido, al crisis a que se refiere el libro - y el modo en que se refiere a ella - hace parte de la crisis del propio marco de referencia que sustenta el análisis. Y eso se expresa, a su vez, en la dificultad para integrar en un mismo conjunto explicativo los distintos aspectos de la crisis global y, en particular, las interacciones de esos aspectos entre si. Así, por ejemplo, desde otra perspectiva - más y menos reciente que la de Rodrigo, por cierto - no existen tres crisis distintas, y ni siquiera tres crisis en una.
Lo que encaramos hoy, en efecto, es una crisis ambiental global, que ella expresa el agotamiento de una modalidad de relacionamiento de los seres humanos entre si y con su entorno natural en desarrollo desde fines del siglo XVIII. Esta crisis es la de la única economía global creada por la especie humana en su historia, que enfrenta hoy la disyuntiva de organizar sus relaciones con la naturaleza en torno a economía distinta, o encarar el riesgo cierto de su propia extinción.
Lo planteado por Rodrigo no cuestiona esta otra visión. Por el contrario, le ofrece valiosos elementos de fundamentación. La diferencia mayor entre ambas visiones corresponde, quizás, a la distinta valoración de lo político como factor en el desarrollo y en las posibilidades de solución de los problemas creados por el desarrollo desigual y combinado de la economía global realmente existente.
Rodrigo fue un intelectual por demás consecuente con lo mejor de su propia formación. Y esto incluyó, siempre, una lealtad ejemplar a las grandes conquistas logradas por la Humanidad tras la Segunda Guerra Mundial. Una de esas conquistas, de enorme peso en la geocultura global, correspondió al potencial de la ciencia y la tecnología para identificar, caracterizar y proponer medios para encarar los grandes problemas que emergían del desarrollo del sistema mundial, desde la crisis de contaminación develada por el Club de Roma en la década de 1960, hasta la necesidad de hacer sostenible el desarrollo, planteada por la Organización de las Naciones Unidas en la de 1980. Otra fue la de la existencia misma de un sistema internacional, forjado a partir de la organización de todas las sociedades humanas en Estados nacionales, un fenómeno inédito en la historia de nuestra especie antes de la década de 1950.
Ese sistema esta en crisis hoy, y difícilmente puede ser la fuente de la solución a problemas que el mismo a contribuido a crear. Y sin embargo, tampoco podemos prescindir de él. Al respecto, aun si no se compartiera la esperanza de Rodrigo en la capacidad del sistema internacional para generar las iniciativas de salida a la crisis que él caracteriza con tanta claridad, tampoco cabe dudar de que su libro deja planteada una agenda clara y bien sustentada de tareas ante las cuales se definirá la viabilidad futura - o la ausencia de esa viabilidad - del sistema internacional realmente existente.
Desde la perspectiva de las Humanidades, y en particular desde la historia ambiental, el ambiente es el producto de las intervenciones humanas en los sistemas naturales, mediante procesos de trabajo socialmente organizados. En este sentido, cada sociedad tiene un ambiente que le es característico y, por lo mismo, si deseamos un ambiente distinto tendremos que encarar la tarea de forjar una sociedad diferente.
Vistas las cosas así, la crisis ambiental global se nos presenta no sólo como una circunstancia de riesgo, sino y sobre todo - gracias al enorme progreso del conocimiento en todos los ámbitos del saber humano -, como una oportunidad para trascender y superar las formas de organización social que nos han llevado a esta situación, y establecer aquellas otras que nos permitan aplicar el conocimiento a la solución de las amenazas a la sostenibilidad del desarrollo de la especie que somos.  Entender aquel riesgo, y percibir y comprender esa oportunidad para encararla con todo el poder del conocimiento, será mucho mas sencillo gracias al aporte de Rodrigo.
Quisiera concluir con una reflexión de otro orden. En su Dialéctica de la Naturaleza, un libro tan obsoleto en tantos sentidos debido no sólo al progreso de la ciencia, sino además al compromiso subyacente de su autor con la racionalidad entonces novedosa del positivismo, Federico Engels se refiere al proceso de evolución como uno que se despliega en formas cada vez mas complejas de organización de la materia. En ese proceso, dice, la materia alcanza en el cerebro humano la complejidad que le permite pensarse a si misma, y permite con ello a la Humanidad el acceso a una situación de conciencia de la naturaleza.
Esa posibilidad alcanzó una expresión magnifica justamente aquí, en la comunidad científica panameña, en la obra última, mayor y más trascendente de nuestro colega y compatriota Rodrigo Tarté. Aquí, todos estamos en deuda impagable con él, y el modo en que asumamos esa deuda definirá en una medida decisiva lo que la ciencia pueda hacer por Panamá en los años por venir.

Ciudad del Saber, Panamá, 31 de octubre de 2012.